El encuentro [Priv. Miharu]

7:00 am.

El sonido del despertador retumbó en sus oídos y la insistencia de éste lo obligó a estirar un brazo fuera del futón para apagarlo. Se frotó los ojos, maldiciendo al mundo porque había días en que no soportaba tener que levantarse temprano, pero era necesario, se recordó a sí mismo. Así que con pesadez salió de su cama y fue al lavabo, pues de esta forma iniciaba su rutina diaria.

Sólo bastaron 15 minutos para que estuviera vestido y calzado con ropa deportiva, tuviera los dientes y la cara limpios, además de que llenaba una botella con agua para no deshidratarse en el transcurso de su entrenamiento diario.

Antes de salir de la residencia Natsume, se ató el cabello en una coleta larga y dio un suspiro mientras estiraba los brazos hacia el cielo, en un intento por activar su cuerpo. Comenzó a caminar despacio y firme, para que sus músculos fueran calentándose poco a poco. Estaban acostumbrados al ejercicio y era una sensación familiar, inclusive necesaria en su vida.

No tardó en llegar al parque de la Ciudad en el que siempre se entrenaba ya fuera para trotar, correr o realizar estiramientos. Era un lugar apacible y tranquilo, además de que la frescura de la mañana lo revitalizaba y le llenaba de energía para empezar bien el día.

Dedicó un momento para calentar aquellos músculos que todavía podían estar rígidos y empezó a trotar suavemente, siguiendo el sendero. El aire olía a pino y a tierra mojada, quizá se debía a la llovizna de días anteriores, quién sabe. Cuando corría no se detenía a pensar en nada. Procuraba siempre dar uno, dos, tres pasos, respirar, y seguir con el otro pie. Inhalar y exhalar mientras avanzaba distancias prudentes le vaciaban la cabeza y fortalecían su cuerpo. No había nada mejor.

Sin embargo, y por supuesto no era algo que podía evitar, tenía conocidos que llevaban la misma rutina, así que si se topaba con alguien, le saludaba con una inclinación de cabeza, una sonrisa o una pequeña carcajada.

Eso era. La vida era buena con él. Por fin.

Shin Natsume no era de las personas que se distraían fácilmente, más bien era todo lo contrario. Si algo llamaba su atención, le prestaba todo su interés y lo hacía propio. Era una persona sumamente ambiciosa pero procuraba permanecer en equilibrio con ello, así que era agradecido con lo que tenía. Tener una vida llena de paz le habían costado años, personas… lágrimas y esfuerzo. Pero lo había logrado. Ahora era otro hombre. Alguien muy diferente y se sentía de maravilla.

Curiosamente, jamás dejó atrás a sus seres queridos, pues los guardó en su memoria y aquellos recuerdos se mantuvieron frescos; eran el motor de su día a día. Pero ¿qué le depararía el destino? Sinceramente no lo sabía y tampoco reparaba mucho a pensar en ello. Preocuparse por el pasado o por el futuro le daba dolor de cabeza, así que era mejor seguir con la corriente y lo que tuviera que venir, adelante…

O eso creía. Hasta que, por azares del destino, quizá, se topó con nada más y nada menos que Miharu. El chico seguía igual de enano aunque ya tenía más años. Quizá había crecido unos centímetros pero nada que pudiera alcanzar su más de 1.90 de altura. Por eso, al principio de cuentas lo confundió con un mocoso distraído, abstracto en su propio mundo. Pero cuando vio las orbes verdes que expresaban todos los sentimientos de su dueño, no pudo si no quedarse sin voz y con la sorpresa fijada en el rostro.  -¿Miharu? ¿en verdad eres tú? –respiró profundamente para tranquilizar su ritmo cardiáco y que la voz le saliera más nítida. –Vaya, qué sorpresa. No pensé encontrarte aquí. –se llevó una mano a la frente para secar la capa de sudor que se había formado-. ¿Cómo estás? Veo que sigues igual de enano. –bromeó. Las palabras le salían rápidas, sin pensárselo siquiera. Tal vez era lo bueno de haber convivido durante tanto tiempo: si alguien es importante para ti, no puedes olvidarlo así nada más y el vínculo que se formó, es fácil de retomar.

Se carcajeó aunque el sonido se escuchó extraño porque todavía luchaba por mantener una respiración estable. Puso las manos en jarras y alzó la barbilla, mientras le echaba una mirada que lo inspeccionó de pies a cabeza. –Bueno, no veo a otro enano mocoso por aquí ¿o sí? –se carcajeó de buena gana.  Giró un poco el rostro, arqueó una ceja y le dedicó una amplia sonrisa, una que enseñaba todos sus dientes. –Vamos, vamos, no te quejes conmigo por seguir siendo tan pequeño. –alargó la mano y le acarició el cabello; un gesto que mostraba su cariño a sus seres queridos.

Por un momento, deseó que fuesen los chicos que se conocieron muchos años atrás, en circunstancias totalmente extrañas. En ese momento de sus vidas, habían pasado de muchísimas cosas, y aunque no todo había sido precisamente miel sobre hojuelas, no podía quejarse. Tenía buenos recuerdos y excelentes experiencias.

Empezó a caminar, invitándolo con un gesto a que lo siguiera mientras se pensaba la respuesta. Se tomó un momento para tomar agua e hidratarse.  –La verdad no puedo quejarme. Sigo trabajando en el bar ¿y tú? –le preguntó al tiempo que lo miraba de reojo. Miharu ya no era el mocoso inocente que hubo conocido y se le notaba en las expresiones. Su rostro se había alargado un poco pero no dejaba de parecer joven y dulce. Sonrió para sus adentros. Definitivamente era un diablillo vestido de ángel. Y no podía evitar pensar que esa combinación siempre le había atraído de sobremanera.

–Cuéntame qué has hecho. Si no mal recuerdo ya eres cancha reglamentaria ¿no es así? –rió por lo bajo-. Ya no me sentiré tan pedófilo a tu lado, aunque ya casi tengo 25. ¿Puedes creerlo? En un momento u otro voy a tener que casarme con alguien y seré un adulto amargado por el resto de mis días. –de nueva cuenta alargó la mano para tocarle un hombro. Bueno, sí, quizá haya crecido unos 5 o 6 cm.

Mientras caminaban, un par de amigos suyos voltearon a verlo, pero estaba algo enfrascado en su pequeña charla, por lo que apenas y les saludó con un gesto de la mano o la cabeza. Ya después retomaría el entrenamiento.

–Oh, así que tienes novio. –respondió de inmediato, en un tono sombrío. La verdad no le sorprendía en lo absoluto, es decir, Miharu era un chico atractivo que podía tener a cualquier a sus pies y por lo que recordaba, su pareja era alguien que aguantaba todos sus cambios de humor con gusto; sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de celos. Se mordió los labios, guardándose bastantes cosas sobre lo que pensaba, ya que podía ser muy cruel a la hora de expresarse cuando algo no le gustaba del todo.

Entonces la verdad salió a flote. Así que después de todo el mocoso estaba soltero, eh… pero en realidad, lo que le generó conflicto interno fue escucharlo decir eso de su vida. Él no se había olvidado del pequeño, pero sí había tomado decisiones que terminaron por lastimarlo y aunque ya hacía mucho tiempo de eso, no podía evitar sentirse culpable. Muy dentro de sí, sentía que no merecía haber sido el primer amor de un niño tan inocente. Puso cara de pocos amigos.

–No puedo decir que entiendo o que apruebo la situación en la que te encuentras, porque es cierto que no soy nadie para decirte lo que debes o no hacer –volteó a verlo mientras caminaban, cambiando su tono a uno un poco más serio-. Miharu… yo, aunque ya te lo había dicho… lo siento mucho. No debí de haberte engañado. Debí de protegerte. Debí de amarte como un hombre. –Mostró su molestia apretando un poco la botella de agua que sostenía; suspiró, tratando de calmarse-. En ese aspecto te fallé y me arrepiento como no tienes idea de ello. –detuvo su andar y se paró frente a él. Sostuvo sus hombros y lo envolvió en un abrazo. Es curioso cómo el cuerpo del menor, pese a haber crecido un poco, seguía siendo pequeño, inclusive menudo. Encajaba a la perfección entre sus brazos. –Pero sinceramente no me agrada que te rebajes a acostarte con el primer imbécil que se te cruza o que te habla bonito –se separó tan sólo un poco para levantar el rostro del menor con el índice y obligarlo a verlo de frente-. Tal vez… y sólo tal vez… algún día, encuentres a alguien quien te ame enteramente y no necesites de nada más. Aunque… tampoco es como que me gustaría verte con otra persona. Es raro. –sus palabras terminaron en un susurro acompañado de una mirada intensa dedicada únicamente al menor.

¿Estaría mal volver a luchar por él? Ahora era un hombre diferente. Estaba convencido de ello. Tal vez, en esta ocasión, no la cagara como en el pasado.

Sus palabras pretendían tranquilizarlo, pero la verdad es que jamás se perdonaría por haberlo traicionado de esa forma tan vil; durante mucho tiempo se sintió como un hijo de puta y la verdad es que lo era. No podía negar que se había divertido con chicas y con chicos después de aquello. En su dolor, sumido en aquella desesperación por haber cometido dicho error, se había perdido así mismo. Hasta que Frau, su expareja le hizo entender que no era un bastardo como así lo pensaba. Podía querer a alguien más y podía ser mejor hombre. Sin embargo… había desaparecido. Y aquellos días de felicidad se redujeron a la nada.

En su memoria, lucharía por ser un hombre que tuviera un trabajo adecuado, alguien que apoyara a sus amigos y seres queridos cuando lo necesitasen. Y sobre todo, se esforzaría en ser feliz día a día. Aquella había sido su resolución después de la repentina desaparición del rubio. Gracias a ello, tomó la decisión de intentarlo nuevamente, de arriesgarse a ganar y no pensar en que podría volver a ser un bastardo. Aprovecharía una segunda oportunidad y le sacaría el mayor provecho posible.

-Miharu… -pronunció su nombre apenas en un murmullo, deleitándose momentáneamente con la caricia en su mejilla. Aquellas orbes verde pálido le parecían lo más bonito del mundo y procuraría, de ahora en adelante, que éstas no derramaran lágrimas a menos de que fuera por la máxima felicidad. –Ahh, nada qué, el idiota aquí ere… —sus palabras se quedaron a medio camino de ser pronunciadas puesto que el menor prácticamente se abalanzó para robarle un beso.

Tardó un segundo en analizar la situación, en comprenderla, en entender que era lo que estaba viviendo y uno una visión producto de su falta de sanidad. Un momento después se veía a sí mismo cargándolo un par de centímetros por encima del suelo. La ansiedad, la desesperación y el gozo se mezclaban en su beso y lo llenaban de gusto. Esperaba no parecerle ‘salado’ por el sudor. Qué importaba, se dijo a sí mismo, él está aquí, yo estoy aquí y eso es lo único que importa.

Ladeó su rostro para acomodarse mejor; al mismo tiempo, asió al menor por la cintura y lo pegó a su cuerpo, todavía caliente por el ejercicio previo. Los latidos del corazón le retumbaban en los oídos y su respiración se agitaba a cada segundo, sin poder ni querer evitarlo. ¿Quién hubiera imaginado que aquella mañana terminaría besando a ese mocoso? Para ser sinceros, no lo entendía. Tal vez jamás lo haría. No comprendería cómo el destino funcionaba ni cómo las cosas parecían ajustarse, como piezas de un puzzle gigantesco.

Ah, jodido mocoso. Su primera reacción fue molestarse porque se ajustaban el uno con el otro de una manera casi instantánea. ¿Era lo conocido como “the ex effect”? Su corazón había permanecido tranquilo hasta el momento en que le correspondió el beso y le acarició la nuca. Entonces perdió el control por un segundo, dejándose llevar pero al mismo tiempo liderando y permitiéndole llenarse de esa sensación que parecía quemar.

¿De verdad estarían haciendo lo correcto? No lo sabía a ciencia cierta y para ser sinceros, no quería lastimarlo de nueva cuenta. Él era un alma libre y un hombre que disfrutaba muchísimo de eso. El compromiso requería, precisamente, ciertas actitudes que él no estaba dispuesto a tomar. Después de todo era un coqueto de primera… entonces ¿qué?

Se le quedó viendo fijamente durante un tiempo bastante largo. Acarició su mejilla y se inclinó un tanto para retirar unos mechones de cabello y poder darle un beso en la frente. –No lo sé. De verdad no lo sé. –murmuró lleno de preocupación. ¿A dónde se había ido su asertividad? No tenía ni idea, pero necesitaba un respiro. Si volvían a empezar, tendrían que conocerse de nuevo. ¿El menor estaría dispuesto a ello? –Por el momento, sigamos caminando. –se separó un poco de él pero sostuvo su mano con firmeza. Esperaba no ser rechazado, sobretodo porque estaba consciente de que enviaba señales que tampoco él entendía.

Y es que ese era el problema. Una cosa era proteger a un ser querido. La otra era derribar toda muralla y dejarlo entrar. ¿Serían lo suficientemente fuertes para enfrentarlo?

Ya lo veía venir. El mocoso jamás le permitiría ver ese lado suyo, aquel niño que era constantemente herido pero que, de alguna forma, aguantaba mucho más que cualquier otro. Pero lo sabía. Sus ojos no sonreían y esa era la viva prueba de que su duda de nuevo le había lastimado. Se mordió los labios con fuerza, tanto que pudo probar el sabor de su sangre pero le restó importancia. Había cosas más complicadas por las que preocuparse y esa no era una de ellas.

Acarició su mano y entrelazó sus dedos con los del pequeño que eran finos y largos a su manera. Hizo pequeños circulitos en el dorso de esta y mientras caminaban sin rumbo fijo le sostuvo con firmeza. Eso sí podía hacerlo. –Miharu, ¿sabes…? –Evadió su pregunta con una sonrisa corta-. Jamás creí encontrarte en lugar como este. Me refiero a que claro, seguro sólo estabas paseando y eso pero… -se rascó la mejilla, nervioso- No pensé que volvería a verte. Es decir, sabía que estabas bien, pero… Es un shock muy fuerte verte crecido, si te soy sincero –se rió bajito, estaba acostumbrado a verlo demasiado enano, demasiado indefenso pero el chico no era así para nada; ya no-. ¿Sigues trabajando en el restaurante? Tal vez un día pase a recogerte. Si tienes libre, claro. Es decir… lo que yo quiero decir es… que tal vez sea mejor si vamos lento ¿entiendes? No es como que hayamos muerto y seamos como el ave fénix renacido, no, pero a lo que me refiero es que hay cosas que han pasado y al menos de mi parte, soy un Shin diferente. No quiero… de verdad que no quiero lastimarte de nuevo. –le miró con una sonrisa y esperó a que el otro procesara sus palabras. Tal vez le pedía mucho, pero el albino al menos era sincero. Clavó los rubíes en las esmeraldas pálidas. –Sé que muchos me tachan de ser un hijo de puta. Vaya. Inclusive yo lo he creído muchas veces pero si algo es cierto es que soy directo con lo que quiero. Y justo ahora no pienso en una relación seria. Podemos salir otra vez y podemos divertirnos mucho, como antes, no, mejor que antes… ¿quieres intentarlo? –se relamió los labios para humectarlos y después de aquello presionó levemente su mano.

Quizá no era la mejor respuesta, pero era lo mejor que podía ofrecerle. Ambos eran chicos que había permanecido mucho tiempo solos, cada quien por su lado, pero eso no quitaba el hecho de que podían ser buenos amigos de nuevo y quién sabe, quizá en un futuro volvieran a ser pareja. Una pareja que no fuera inestable, llena de celos y de peleas. Quería algo bien. Y aunque requería demasiado esfuerzo, tal vez valdría la pena. Sólo debían arriesgarse y esperar a que todo funcionara bien.

–¡¿Cómo que cachorrito?! –dijo rápidamente-. Si acaso soy un lobo, el alfa de la manada.  –le sonrió para acompañarlo con la risa que le había brotado de los labios. Era bueno verlo de esa forma y no con el rostro agachado. –Soy demasiado delicioso como para ser un cachorrito además ya sabes que aquello no es del tamaño de un niño, eh –levantó una ceja y le sonrió pícaro-.

De pronto estuvo a la altura del menor y escuchó su respuesta, atento a cada palabra. No pudo evitar sonreír ampliamente y sentir cómo su pecho se inflaba de confianza y de algo más efímero… Entonces el menor le besó tiernamente, como solía hacer. –Ah, qué demonios. –lo atrajo por la cintura y lo pegó a su cuerpo para besarlo más profundamente; así pues, colocó una mano detrás de su nuca y acarició las hebras de su cabello negro, estaba corto y se le enredaba en los dedos.

–Prefiero ir a tu casa, la mía está hecha un desastre desde que vivo solo.  –respondió de escuchar la propuesta del menor. Sin separarse del chico, levantó su rostro y le dio un beso corto en los labios-. ¿Un recuerdo de los viejos tiempos?  –no captó sus palabras en un instante y esperaba que no fuera nada comprometedor. ¿Aún tendría las tortugas de cristal? Se mordió el interior de la mejilla, impaciente por saberlo.

Aquel beso corto se había convertido en algo mucho más profundo, más coqueto, y claramente el menor estaba tanteando terreno de una forma muy… directa. –Oh. Te refieres a eso. –tragó saliva. No podía negarlo aunque quisiera, porque el mocoso siempre le gustaría y tenía esa audacia para hacerlo encenderse en un instante pero definitivamente no estaba pensando las cosas en frío. Vamos, Shin, sé un hombre, se recordó a sí mismo.

Justo le estaba hablando de que quería ir lento y el otro, así como si nada, le proponía que tuvieran sexo de nuevo. “Recordar los viejos tiempos” le había dicho para después morder su labio inferior de esa manera juguetona que tanto le gustaba. Fijó sus orbes en las del otro durante un severo instante y aunque no estuvo muy seguro en primera instancia, asintió con la cabeza un par de veces. –Un día vas a volverme loco de veras. –se cubrió el rostro pues queriéndolo o no, le daba vergüenza admitir que no le sabía nada mal el plan del pelinegro.

En ocasiones no se entendía a sí mismo, es decir, podía estar físicamente con un montón de mujeres y de chicos jóvenes (porque esos eran sus preferidos), pero cuando le pedían que se involucrada sentimentalmente la cosa iba mal. Siempre terminaba lastimando a los demás o lastimándose a sí mismo, por eso debían de ir con precaución o todo terminaría tan rápido como había empezado. Shin era una bomba de tiempo que debía tratarse con manos de seda o de un momento a otro explotaría y no dejaría nada a su paso. Sonrió con ironía. Miharu lo entendía mejor que nadie y no parecía importarle ¿o es que acaso estaba ignorándolo deliberadamente? No lo sabía pero prefería no preguntarlo en voz alta.

–Joh. ¿Así que cocinas? ¿Tuuuú? Júralo. –No podía creerlo. Pero tal vez sólo lo había subestimado, después de todo el chico había sobrevivido por su cuenta durante quién sabe cuántos años. Sus situaciones eran tan diferentes pero a la vez tan parecidas que casi se echó a reír allí mismo. –Puedo cocinar para ti. He aprendido un par de cosas de mi jefe en el bar. –le tomó de la mano de nueva cuenta y caminó a su lado, permitiéndose el gusto de saberse a su lado. –Además, tienes que comer si vas a… bueno, aguantar todo lo que quieres que recordemos. –le sonrió de medio lado.

El ansia y el anhelo crecían dentro de su pecho y no podía evitarlo. Sentía el corazón latir ligeramente más rápido de lo normal y sabía que la causa de aquello era nada más y nada menos que el mocoso imprudente que le encantaba jugar con fuego.

No sabía qué responder a aquella confesión. Frunció el ceño sin poder evitarlo y dejó que el chico revelara la situación por sí misma. –No puedo decir que eso me haga muy feliz, aunque claro, yo no soy nadie para decirte lo que debes o no debes hacer –suspiró-. No deberías descuidarte al comer. Nada de sobras y comida instantánea. Si es necesario, ven a mi casa y quédate el tiempo que quieras. Es mucho más barato y rico si lo preparo yo. –se infló el pecho de orgullo y presionó su mano con firmeza. ¿Cómo algo tan simple como el propio descuido podía enojarlo? Tal vez de verdad no había dejado de preocuparse por el mocoso.

El pequeño habló de nuevo, dándole a conocer la dirección de su ahora vivienda. –Entonces el parque es el punto medio. –dictaminó-. Casi todos los días vengo a correr y a entrenarme, ya sabes que es algo que no puedo abandonar por más que quiera. –volteó a verlo y se percató de que el pequeño se mordía el labio y su mirada revelaba el creciente nerviosismo que se apoderaba de su pequeño cuerpo. –No tenemos qué hacer nada que tú no quieras. Primero vamos a comer y después puedes preocuparte de lo demás. –le sonrió e intentó calmarlo con el gesto.

Mientras tanto, todos sus sentidos estaban alerta ante cualquier detalle que pudiera manifestarse. Desde que había encontrado “la paz interior” era capaz de salir sin tener que preocuparse de si los poderes del ryuugan lo harían pasar una mala jugada. No podía estar preocupado por Miharu, ya que, también era un chico fuera de lo normal, y si sus poderes volvían a chocar, tendría que forzarse a sumegirse en aquel abismo de nueva cuenta.

Agitó la cabeza para despejar la mente. Caía en la contrariedad de sus palabras. Comida. Eso harían. Un simple y sencillo almuerzo.

Claro que era diferente, quiso decirle. Y le había costado años entenderlo por su propia cuenta. Tal vez, de verdad ya no era tan mal hombre como cuando recién se conocían. Ninguno de los dos sacaban los dientes y se iba al cuello del otro por un mero comentario, sencillamente habían crecido y madurado. Y aunque Miharu seguía siendo un chico delgado y pequeño, su cabeza y su actitud eran diferentes a como lo recordaba. Y le gustaba. Le hacía sentirse tranquilo. Tal vez un poco orgulloso, pero no de una manera egoísta, si no más bien del tipo “estoy orgulloso de que hayas encontrado la felicidad y la tranquilidad aún sin mí, o mejor dicho, gracias a que yo no estaba contigo para amargarte”. Algunas cosas estaban implícitas.

–La verdad no soy un gran chef y me he metido una sarta de quemadas que si fuera una persona común y corriente seguro estaría en el hospital cada dos por tres –respondió-. Pero al menos no me muero de hambre, y he mejorado poco a poco. Creo que uno se cansa de comer cosas quemadas o crudas y empieza a poner atención cuando alguien cocina para aprender lo que se puede. –se rió por lo bajo. Algunos compañeros del bar e incluso el dueño le habían enseñado algunos trucos así que por lo menos de hambre no se moría. Todo era cuestión de práctica y paciencia.

Volteó a verlo y una pequeña señal de daño surgió en su frente. No podía evitarlo. –Salí con un chico. Era bueno conmigo. Jodidamente sexy –se rió pero el recuerdo provocó que no sonara a algo gracioso-. Él desapareció –fue lo único que pudo decir de manera clara. Le tomó severos segundos reponerse para no hablar con un tono de voz afectado. –Así que me he tomado el tiempo para ejercitarme, aprender a hacer cosas que antes no sabía y sí… creo que de una u otra forma soy más fuerte –volteó a verlo y le sonrió con franqueza-. ¿Te gusta mucho el color verde, no? –bromeó para, por una vez, no echarse a llorar.